El poeta caminante dijo:
El sol se dejaba vencer con la lentitud
de siempre
mientras aquella mujer enamorada
de sonrisa insinuada
en el cosquilleo del otoño
dejaba enfriar sus nalgas
en el quicio de la tarde
La memoria no buscaba detener
a la otra Memoria
y se destapaba en alegre brindis
preconizando la celebración
de un ritual anunciado
El tiempo circular: “se dejaba vencer con la lentitud de siempre”; es la repetición del flujo de la vida que se expresa de manera natural en los cambios del día, la tarde y la noche. La mujer enamorada tiene su doble símbolo. Por una parte representa la tierra que está expresada en la polaridad yin, lo femenino, y por otra, en la tradición sufí, es el alma humana, es la enamorada de su amador-espíritu-Dios.
El otoño es la metáfora de la tarde, es la antesala de la noche. Es el invierno en el transcurso del camino de la existencia. Aunque el amor se suele asociar con la primavera, al contrario, este amor otoñal nos indica la madurez de la enamorada; es el amor que se vuelve más sosegado y equilibrado emocionalmente, de ahí que no se expresa en las exageraciones afectivas de las alegres carcajadas, sino apenas en la sonrisa prudencial que insinúa el regocijo del enamoramiento.
En este momento en el preludio de la noche, ocurre algo muy particular: hay un aparente breve olvido de la palabra sagrada. Es posible que sea la cercanía de la noche la que nos haya llevado ese olvido, debido a que la noche representa también la oscuridad del alma, la ausencia de la luz solar; pero en la noche también se hace propicia para las celebraciones, en este caso el ritual es el anuncio festivo del matrimonio, de la boda mística. O, en todo caso, ya no será olvido sino más bien es que ya no hace falta el recuerdo de la anécdota cotidiana, porque en este caso lo que estaba separado la enamorada y el amante se unen en una sola persona. El espíritu y el alma se convierten en la Memoria de Dios.
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