viernes, 27 de junio de 2014

DAVID Y GOLIAT, UNA ENSEÑANZA DEL ESPÍRITU



Por Ernesto Sánchez



“Y Saúl vistió a David con sus ropas,  y puso sobre su cabeza un casco de bronce,  y le armó de coraza. Y ciñó David su espada sobre sus vestidos,  y probó a andar,  porque nunca había hecho la prueba.  Y dijo David a Saúl: Yo no puedo andar con esto,  porque nunca lo practiqué.  Y David echó de sí aquellas cosas.” 1 Samuel 17:38-39.

Cuando David enfrentó a Goliat entendió que no era con la espada ni con armadura que debía enfrentar al gigante. Se encomendó a Dios, y venció en la contienda. 

En las artes marciales, el Aikido, se vale fundamentalmente de la intuición para lograr una mejor defensa. El Gran Maestro Morihei Ueshiba  decía que para la enfrentar al contendor hay que valerse del espíritu porque ese es el mejor escudo.  La enseñanza que se puede  ofrecer a través de las técnicas y el entrenamiento del cuerpo es importante, pero más importante es lo que se aprende desde la visión  interior del espíritu humano y la Voluntad Divina  que en definitiva siempre será una enseñanza superior de la que se pueda impartir aún en las mejores escuelas.

En una oportunidad el discípulo se le acercó al viejo maestro y le preguntó:

-Maestro,  ¿qué es la espiritualidad?

“Lo espiritual constituye la dimensión más específicamente humana;  el filósofo Hegel la ubicó como el concepto básico de su sistema teórico. Es una palabra tomada de la religión, pero su contenido es el mismo tanto en la religión, en la filosofía como en la ciencia. Se refiere a la relación que ocurre por un lado entre el Logos de Dios o Inteligencia Superior que subyace en la Naturaleza y el Cosmos,  y del otro lado, la del ser  individual que recibe la Energía Creadora de la Existencia. En principio esta recepción de la Sabiduría Divina o Inteligencia  no es consciente. Pero en su proceso de crecimiento en la experiencia humana y en su despertar, el hombre se irá transformando o evolucionando  en un ser capaz  de asumir su responsabilidad  en el mundo, al mismo tiempo que irá comprendiendo el sentido de su vida”.

Volviendo a nuestro ejemplo ya citado, David entendió que no fue sólo su  habilidad la que  derrotó al gigante,  sino que más bien fue la  fortaleza de su fe lo que iluminó su mente y abrió los ojos del espíritu  para poder ver,  en medio de la amenaza, la forma de vencer sin  ninguna clase de temor, poniendo toda su confianza en su escudo espiritual. 

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