Por Ernesto Sánchez
El templo dedicado al dios Amon-Ra en el antiguo Egipto, tenía dos
niveles: un templo externo en el que los iniciados podían entrar, y otro
interior al que se accedía solamente cuando se alcanzaba el Conocimiento (la
gnosis). En el templo externo estaba un escrito que decía “El cuerpo es la casa
de Dios”; en el templo interior, decía: “Hombre conócete a ti mismo… y
conocerás a los dioses”.
Una vez, el viejo maestro Gurdjieff dijo que no bastaba conocerse, sino
que además uno debía estudiarse así mismo. Y estudiarse en este contexto
significa observarse consciente y objetivamente; no analizarse, sino verse nada
más. Según podemos desprender de lo leído hasta aquí, con la consciencia, se
accede a la comprensión de los grandes enigmas que esconde el universo, y a
través de esta hermenéutica del sujeto, saber que somos un microcosmos que
replica al macrocosmos: o lo que es lo mismo, para expresarlo desde la
perspectiva de Hermes Trismegisto, así como es arriba, así es abajo; cielo y
tierra, ying y yang.
Si bien el hombre es un ser en permanente aprendizaje y crecimiento,
¿hasta qué punto el conocerse no implica más que una misión imposible?, y no
faltará alguien que diga que al final de cuentas qué importa nuestra
ignorancia, si para vivir lo que hace falta es la fe que mueve montaña,
independientemente que seamos ciegos y sordos ante nuestra destino; o si para
vivir más bien es preferible una ignorancia tranquila que una comprensión
peligrosa.
.En síntesis, de lo que verdaderamente se trata no es sólo de conocerse,
sino de estudiarse. No se trata de ser un erudito del sí mismo, sino de
conectarse a la Sabiduría interior o tener Consciencia. El conocer como tal es
limitado por que depende del intelecto, y éste es una parte de nuestro cuerpo
que sólo da cuenta interpretativa de lo percibido por nuestros sentidos.
El conocimiento es parcial y pertenece al ego. En cambio, la
consciencia nos lleva a la sabiduría, y ésta nos da la libertad para construir
la existencia en el aquí y el ahora desde nuestro cuerpo. Y el cuerpo pasa a
convertirse de esta manera en un testigo sintiente de la casa de Dios, es decir
de la sabiduría que también es amor (pasión y compasión) que es el motor para
la acción y la realización de lo humano como un ser, no ya para la muerte como
decía Sartre, sino para la Existencia, para la Vida Eterna y la Felicidad.
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